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MARIANO BERNAT,VOCALISTA DE YASORA:DOS ESCENARIOS Y UNA VIDA DEDICADA AL ROCK

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LA CANCIÓN NO ES SIEMPRE LA MISMA

Mariano fue parte de una generación que agitó las banderas del rock abrazando el sueño de su propia banda, hasta que una noche en República de Cromañón una bengala sacudió su camino. Dos escenarios y una vida dedicada al rock.

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Por; Fernanda Guerrero / @SONDER_BA

Mariano nació en Buenos Aires hace 41 años, es “100% todo hecho en Lanús” asegura. Creció junto a su papá, su mamá y sus dos hermanas mellizas en una época donde lo que disfrutaba era salir con amigos a jugar en las calles, “era otra la historia, menos tecnología y más seguridad, era estar en la vereda de casa jugando al truco hasta las dos, tres de la mañana”. Lo que siguió después fue la historia de un amor adolescente y un hijo en común, “Lo único bueno que hice en la secundaria fue conocer a mi mujer” dice, mientras sus gestos dejan entrever la picardía adolescente de aquellos tiempos y afirma rotundamente que no le gustaba estudiar.

De tradición italiana por parte de sus abuelos maternos y paternos, Mariano describe las reuniones familiares como “bien tanas” y define su infancia y adolescencia como etapas muy lindas- Dice, “era cortar las calles y poner la mesa, ¡no nos importaba nada! ¡Era bien de tano y éramos muchos! ¡Todo exagerado, todo a los gritos, todo mucho! ¡Bien tano y bien Lanús!”. Tal como si se hubiera trasladado en una máquina del tiempo y algo lo regresara instantáneamente continua, con el tiempo eso se va perdiendo, obviamente ahora en la mesa de navidad somos cuatro o cinco”; piensa en voz alta mientras desacelera el ritmo de su voz.

Los encuentros en la vida de Mariano están a la orden del día o mejor dicho a la orden de su vida. El futbol, los asados, las comidas y la música están siempre presentes en cada detalle. Cuenta que le gusta mucho cocinar, “no sé si será por tradición, pero a mi abuela también le gustaba mucho” y que hasta el día de hoy se reúne con sus amigos de la infancia. Claramente la familia y los amigos son lazos indiscutidos e irrefutables que dan cuenta de la tradición inculcada por parte de los que alguna vez supieron ser inmigrantes.

Lanús y San Clemente son su lugar en el mundo y perpetúa con una gran sonrisa las vivencias de otros tiempos. Recuerda que en su casa lo apodaban “Sanguchito” porque solo paraba de jugar para pedirle a su mamá, desde la ventana, un sándwich, “era parar para comer y nada más”. A los diez años estaba metido en el futbol hasta que por esas cosas de la vida una lesión lo dejó afuera del club de Lanús. Fue ahí -piensa – que decidió dejar de lado su pasión por la pelota para meterse de lleno con la música. De su adolescencia inmortaliza las vacaciones de verano en familia y con amigos, “En la costa teníamos una casa que vendimos y hasta hoy la sigo extrañando. Íbamos con familia, con amigos, amigos de verano y siempre estaba el rock dando vueltas, el rock estaba en el barrio, todos escuchábamos la misma música, nos unía eso”. Fue en uno de esos viajes – aclara – que descubrió que este asunto de los boliches no era lo suyo, “fui a bailar a la matiné, en San Clemente, cuando tenía diez años y me molestaba tanto la música que fui a la cabina del DJ para pedirle que bajé el volumen un poquito”; se ríe divertido, mientras rememora, “¡así como entré me fui! La hora y media que estuve ahí la pasé sentado, hasta que vino a buscarme mi viejo. ¡Me aburrí! Y bueno, era una experiencia que tenía que vivir”.

Los recuerdos agolpados en la memoria de Mariano no le dan la espalda al presente, al contrario, están inmiscuidos en él y se inscriben en sus miradas, en sus gestos y en su tono simpático y alegre que se tornan cada vez más expresivos al retrotraerse a viejos tiempos.

 

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EL SUEÑO DE LA BANDA PROPIA


Corrían los 90 y con 15 años Mariano comenzaba a vivir sus primeras experiencias con el Rock. Fue una época donde una oleada de artistas internacionales aterrizaba en los grandes estadios de nuestro país; y donde la escena del rock nacional vivió su auge dejando un sello propio en el movimiento de la música local, con bandas barriales como La renga, Los Piojos o Viejas Locas. Para la generación de los `90 era casi imposible hacer caso omiso a esta avalancha de artistas que posicionaban al rock en la cima del podio.

“Mi primera experiencia con el rock, mi primera remera y todo fue Aerosmith, tenía 15 años, pero no fue hasta en uno de esos viajes de verano que me di cuenta de que lo mío era la música. Fue durante la adolescencia que me definí directamente. Aquella vez yo no fui con los chicos de vacaciones, estamos hablando del año`96. Ellos conocen, en San Bernardo, a Guasones. En ese momento los pibes compraron el cassette y cuando volvieron me lo mostraron. Ahí me enamoré de esa banda y ahí decidí que yo quería hacer eso. Guasones fue el puntapié para iniciarme en la música. Al poquito tiempo arranqué con mi banda, tenía 17 años”

Por entonces Mariano y su actual compañera, Soledad, ya se habían conocido en clases de secundario y solían frecuentar bares donde el rock se hacía escuchar. Había incursionado en banda con LOS CIEGOS por primera vez, hasta que a sus 18 años armó con un grupo de amigos LA MENDIGA; se mantuvieron vigentes durante 13 años. En 2017 se suma a un nuevo proyecto y arranca a escribir una nueva historia con YASORA. Sin embargo, en este sueño de la banda propia arrancan también las responsabilidades y con 17 años decide dar inicio a sus primeras clases de canto.  Pero no fue hasta que se le preguntó, si cantar fue lo que siempre quiso, que Mariano recuerda repentinamente, un hecho que da muestra de un giro inesperado en su carrera como músico.

“¡Me hiciste acordar! repite inquieto ¡A mí siempre me gustó la música y me gustaba muchísimo la batería! ¡mal! Yo estaba en segundo de la secundaria, tenía catorce años y cada vez que iba al colegio pasaba por un local de música que lo atendía un pelado. Había una batería que costaba $400. Yo iba caminando a la escuela desde estación Lanús hasta el colegio para ahorrar, para juntar las monedas. Llegó fin de año y tenía casi $400 pesos ¡Todo en moneditas eh! ¡Pero ese fue el año que repetí! Y bueno, mi viejo sabía que estaba ahorrando y que me iba caminando al colegio. ¡Me llevé siete materias! Y mi viejo pregunta – ¿Cuánto ahorraste? – $4oo le digo – bueno esa plata la vamos a usar para pagar particular -. Ahí se derrumbó la batería”. Y vuelve a reír con ganas, pero esta vez como si estuviera en ese preciso instante frente a su papá, y casi sin poder creer que había llevado al olvido una anécdota semejante. “Por suerte después me dediqué al canto y al piano, pero soy un baterista frustrado, no volví a intentar la batería después de eso” ríe.

Durante casi 20 años, Mariano se jugó la ilusión, el deseo y el sueño por la banda propia. Pero no todo es color de rosa, hay contratiempos y piedras en el camino que se deberán sortear. Hay inversiones que afrontar sin más ganancias inmediatas que el aplauso, combustible indiscutible en la vida de todo artista. Tiempo, dinero, familia y otro trabajo que se suma para solventar insumos, salas de ensayo, estudios de grabación e instrumentos. Y en el peor de los casos, también toca ser testigo del ocaso de un proyecto que no pudo mantenerse en pie, “Cuando me separé de LA MENDIGA fue muy duro, fue como separarte de tu compañera. Me sentí muy solo en ese momento después de tanto pelearla”.

Hay un sin fin de ilusiones y desilusiones, hay 24 hs diarias invertidas en el arte y para el arte. Son 24 hs a todo terreno para que algún día sea una fuente real de trabajo. Mariano trabaja desde muy joven con su papá, “haciendo todo tipo de electricidad en obras” cuenta, pero cuando se refiere frente a alguien que tiene un proyecto en banda las cosas cambian, “tenes una bandita, te dicen, pero detrás de todo ese catálogo de `bandita´ hay mucho laburo, es como una pyme, es como poner un bar. A esta edad uno no está para boludeces, no es un hobby”. Y continua, “para grabar un disco las sesiones son largas, tenés días enteros. Esto no es sexo, drogas y Rock and Roll ¡esto es un laburo! Es un laburo que se complica porque si no tenés otro trabajo para sustentarlo no lo podés hacer”. Con un tono más serio, Mariano deja en claro que la música no es un simple pasatiempo, que detrás de toda esa movida hay un compromiso y un gran trabajo en equipo y rescata, “Soledad sabe que la música para mi es todo y sé que algún día viviré de esto” e insiste “Es constancia, `la tortilla se hace rompiendo los huevos`, siempre y cuando el producto sea bueno. ¡La tortilla algún día va a Salir!”

LA NOCHE EN CROMAÑON


Mariano fue parte una generación que agitó las banderas del rock y en esa vida marcada por los encuentros, la música fue dotando de sentido cada recuerdo: una canción, un cassette, una banda. “La música siempre me gustó”, dice y da cuenta de que, “el encuentro también forma parte del mundo del Rock”.  Parado, ahora desde el otro lado de la vereda del rock y en su oficio de público, se retrotrae a épocas donde las bandas hacían agitar las banderas a una audiencia entusiasta, “siempre, toda mi vida fui a recitales, ahora no tanto, pero si cuando era pibe, cuando era adolescente”. Y piensa, “ahora selecciono más a donde ir, ya no me banco ir a esos lugares parados… Digo, ¿No? Ya estamos para otra cosa… ahora selecciono más, a donde ir, cómo son, donde es…”. Mariano se queda pensando sobre lo que dijo y hace silencio. Los recuerdos vuelven a agolparse en su memoria y vuelven a inscribirse en sus miradas, en sus gestos, ahora algo confundido. La pregunta era inevitable – ¿Fue Cromañón lo que te hizo más selectivo? – “No sé si selecciono más por eso. No lo pensé hasta que lo dije. Puede ser, el inconsciente te lleva a lugares que no sabes”.

***

El 30 de diciembre de 2004 Callejeros se preparaba para subir al escenario en Republica de Cromañón. Mariano se encontraba en la parte superior del recinto junto a Soledad, “ahí veíamos bien y arrancaba la primera banda, Ojos Locos”. Minutos más tarde Callejeros entonaba su primera canción, mientras una bengala alcanzaba la media sombra del techo y anunciaba lo que nadie imaginaba. Se desataba la noche más trágica en la historia del rock. “Lamentablemente formé parte de la peor tragedia en Argentina”. Pensó en voz alta y guardó por un rato esa sonrisa instantánea que brotaba de su rostro cuando recordaba aquellos viajes de verano.

Casi como un deja vu, siete años después de aquel verano del `96, la historia volvió a repetirse. “Escuchá esta banda, está buena” cuenta que le dijeron, pero esta vez no eran las canciones de Guasones, esta vez a diferencia de aquellos tiempos recuerda que no le gustó. Callejeros era una banda más para él hasta que un día junto a Soledad, volvió a escuchar aquel CD que le habían dejado, “a Soledad le encantó y a partir de ahí, ella los empezó a escuchar, y a mí de tanto escucharlos me terminó gustando”. De a poco llegaron las fiestas rituales, la celebración al rock and roll en su máxima expresión. ¿Quién podría negarse? El catálogo de bandas, por entonces era amplio, el plan de reunirse con amigos para presenciar un show no escapaba para casi nadie. “Fuimos a ver a Callejeros con Sole a La Plata y al estadio excursionista. Después de eso vino Cromañón. Yo fui a la última fecha, donde pasó todo. Tocaron el 28,29 y 30 de diciembre. Mi mujer fue a las dos anteriores y yo fui con ella el último día”.

Aquella noche un hilo de fuego que provenía de la media sombra dio aviso a Mariano de que algo no estaba bien e insistió a soledad para salir del lugar, “yo creo que, si no fui el primero que lo vio, habré sido uno entre los cincuenta primero que lo habrá visto”. Lo que sucedió después fue cuestión de minutos: una avalancha los separa, se corta la luz, se instala el caos y el humo ya no dejaba respirar.

“Cuando caigo al piso empiezo a recuperar un poco el aire y ahí pasó un pibe, no sé cómo, es como que me lo puso alguien, no sé… llámalo Dios, ¡alguien! Él tenía una mochila, me sostengo de esa mochila y el pibe me llevó hasta la salida. Yo ya no tenía fuerzas, ya no podía respirar más”. Una vez afuera del local, Mariano intenta recuperar el aire y recuerda ver a un policía con una barreta pidiendo ayuda; sin dudarlo se dirigió hacia él, “era el policía y yo intentado abrir el candado ¡la puerta de emergencia estaba cerrada! ¡Estaba cerrada con cadenas! ¡Una locura! Logramos romper el candado. Ahí pensé ¡Bueno ahora sale toda la gente!”. Lo que vino después quedó arraigado en su memoria para siempre, la esperanza de que la pesadilla había terminado duró lo que llevó abrir el portón de par en par. “Es una imagen que no me saco más de la cabeza, es abrir el portón y…. ¡yo no te miento!, eran dos metros y medio de cuerpos, uno arriba del otro…”

Mariano es el pibe de Lanús, el pibe de barrio que pasó sus días jugando en la calle con los amigos de la infancia, el que trascendió con el tiempo junto amigos del colegio y un amor del secundario. El que tiene en claro que Lanús y San Clemente son su lugar en el mundo. El que entiende que, para tener una banda, “hay que charlar todo”. Mariano se crió en el barrio, y el barrio es eso, un reducto de tradiciones que te van marcando y que te va dejando huellas. Mariano es amigo, un amigo de barrio que aprendió a cargar al hombro a otro amigo y aquella noche de 2004 no fue la excepción.

“Me saqué la remera, iba y venía, la mojaba. La gente, los vecinos, te daban agua y yo entraba para buscar a Soledad, lo único que tenía en la cabeza era encontrarla. La buscaba, entraba y salía sacando un montón de gente y entre toda esa gente lo que no me olvido más fue el gracias, gracias…”. Cuenta que después de buscarse mutuamente se volvió a encontrar con Soledad; que no recuerda como fue el momento en que su mamá y su papá lo encontraron; que quedó preocupado por una pareja que conoció en el local pero que, viendo las noticias al día siguiente, se enteró que estaban bien; cuenta que el día después fue muy duro para él y para Soledad pero que, a pesar de todo, esa situación los unió mucho más. “Uno va a pasarla bien y no sabes, esto fue una tragedia, una mal llamada tragedia. Para mí fue la masacre de Cromañón. El día después fue tremendo, 2005 fue tremendo. Éramos pibes teníamos 23, 24 años…”

 

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TODAVIA NO ESTÁ ESCRITA LA ÚLTIMA CANCIÓN


Pasaron quince años y junto a Soledad, hoy son padres de un pequeño de cinco años. Dice que, de aquella situación, “no te separas nunca” y no se autodefine como un sobreviviente de Cromañón. Sobre lo que pasó no es algo de lo que suele hablar y dice no haber cambiado nada en su cotidianidad, aunque aclara, “después de lo que pasó, sé que yo también tengo una responsabilidad en mis manos, yo también hago shows y también va gente a verme y no quiero que pasen por lo que yo pasé. Obviamente, tomo un montón de medidas, miro el lugar… eso sí cambié. Voy yo personalmente a ver el lugar. Si bien no somos una banda muy convocante, lo hacemos igual”. A sus 41 años, Mariano nunca perdió su relación con la música. Hubo momentos que le costó volver a los escenarios, “pero los pibes me bancaron en eso”; la escritura fue su refugio por mucho tiempo. Canalizó todo en escribir canciones y siguió ensayando, porque para él la música lo es todo, “me siento al piano y es como que se detiene todo, se para el mundo”.

Desde 2017 un nuevo proyecto lo tiene entusiasmado y comenzó a escribir una nueva historia con YASORA. En 2018 lanzaron su disco debut, ´El sentimiento no se negocia´ y durante el confinamiento, en 2020 se encargaron de preparar lo que sería su nuevo material. Todavía no está escrita la última canción, todavía queda mucho camino por recorrer y en ese camino la canción no es siempre la misma. Casi como un deja vu, “escuchá esta banda, está buena” … se llama YASORA.

ENTREVISTA A MARIANO BERNAT

VOCALISTA DE @YASORA

Por, Fernanda Guerrero

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